viernes, 17 de abril de 2009
COCINA AFRODISIACA
Cuando odiamos a ¡Muerte!
No sé sí a usted le ocurra lo mismo, pero en casi treinta años que tengo de vivir en esta hermosa tierra, todos los días me enamoro de alguien, sí, en el buen sentido de la palabra. La vida ha sido generosa conmigo y aquel que antes me ignoraba o aquella que se dejaba envenenar o guiar por comentarios mezquinos, mágicamente hoy y tras una oportunidad que nos hemos brindado, compartimos el mismo amor. Algo distinto me sucedió con Mariano Bravo, un hombre que sino era un santo, al menos era un humano respetuoso de la vida de los demás.
Nunca fuimos amigos íntimos ni salimos a un bar a bebernos la copa, tampoco nos invitamos a comer ni nos llamamos “compadres” como muchos que luego abusan del compadrazgo, pero entre él y yo había algo que nos identificaba, tal vez mis historias que mucho disfrutaba y porque en el fondo ni yo le hacía mal y él nada me debía a mí, así que, vernos en la calle o hablarnos por teléfono, era motivo de un gusto enorme. Ambos nos despedíamos llenos de paz sin saber cuando pero que cualquier día nos volveríamos a encontrar. Su muerte me cayó como un cubetazo de agua helada, tan terrible que dije –Sí se murió Mariano Bravo, para que me cuido- así que me dieron ganas de fumar, sentí otra vez esa impotencia recordándome que la vida es corta, un instante, tal vez un sueño…
Me da pena destacar las virtudes de un hombre cuando ya no está con nosotros, pero así somos casi todos los humanos, esperamos a que este se muera pasa descubrir que nunca tuvimos tiempo para tomar un café con él, invitarla a comer o, decirle en misa cuando el sacerdote exhorta a que todos los que se creen santos y católicos de hueso colorado a que “se den la paz”, que lo queremos a pesar de que es un pecador, que estamos arrepentidos de odiar a nuestra hermana por culpa de una envidia enferma”… en fin, tantas cosas que no salen de nuestro ser hasta que vemos a esa persona muerta.
O sea, en el fondo deseamos ver muerta a nuestra propia hermana, tal vez porque no sabemos que en vez de ella, se puede ir uno de nuestros hijos, pero eso la vida nos lo enseñará hasta ver al hijo agonizando en vez del prójimo que odiamos. Aunque tarde, pero tal vez satisfecho nuestro odio despertando otro sentimiento de culpa pero, ya es tarde…
Casi siempre nos comportamos como animales irracionales y tal vez por eso los perros y otras mascotas están subiendo cada día más de valor. A menudo vemos que mucha gente desea tener un perro en vez de un amigo y mantener un amante solo para saciar esa parte física, pero sobre todo, compartir el resto del tiempo con un animal que con movernos la cola nos dice mucho, con una mirada expresa que nos quiere y con sus saltos nos indica que está feliz de vernos, que no se cambia por nadie.
A veces tenemos que esperar a que aquella hermana a quien odiamos se muera, para reconciliarnos con ella ¿Ya para qué? Todavía no entendemos que estamos de paso, que en esta tierra lo bueno o malo que hagamos, acá nos lo va a cobrar la misma vida, así que ir a misa todos los domingos, comulgar y confesar, de nada sirve sí ingresas al recinto religioso lleno de odio y empachado de rencor sí abandonas la iglesia exactamente igual. Así que si usted cree que Dios está de su lado, y que con ir a misa es suficiente, está equivocado, Dios no pierde el tiempo en donde sabe que él no habita (según la doctrina católica)
Hace varios años una amiga se murió y durante veintinueve años que vivió en esta tierra, la prima de su esposo, una mujer extraña, la odió y la aborreció tanto que nunca pudo verla ni se dignó a visitarla, incluso cuando estuvo en la antesala de la muerte luchando con un cáncer que acabó con su vida. La enemistad entre ambas despertaba muchos comentarios en contra de la “prima” y se especulaban muchas razones tontas pero la difunta incluso desconocía el porqué la pariente de su esposo, la detestaba, sí ésta no le había hecho nada, más que casarse con su primo.
Cuando mi amiga finalmente no pudo más y se murió, esa mujer que en vida la abominaba hizo acto de presencia en el funeral y después de que el esposo y los hijos depositaron las cenizas de mi amiga en la cripta, se sentó en la sala, en la casa de aquella mujer (ahora finada) a quien en vida nunca quiso. Echó su cuerpo sobre la sala de la casa como sí nada hubiera pasado, como triunfante porque se había muerto su peor enemiga, la mujer a quien nunca su duro corazón perdonó, quién sabe por qué ¡Qué extraño verdad, qué cinismo, que desvergüenza!
Así somos los humanos, todavía no hemos aprendido a vivir en paz, tal vez de niños fuimos amamantados con leche agria, tal vez de niños quienes nos criaron cultivaron en nosotros la envidia, el odio, la ambición desmedida y por nuestro encanto natural y belleza infantil, los progenitores nos hicieron creer que éramos omnipotentes, tanto, que al ser adultos afloramos nuestra verdadera personalidad y detestamos el éxito de la hermana, la odiamos porque creemos que las mujeres no tienen derecho a nada pero sobre todo, odiamos al prójimo, le envidiamos su triunfo y despotricamos de él como resultado de una mala crianza.
Otro caso que sucedió hace varios años es sobre un señor, quien antes de morir hizo un testamento en el que dejaba a sus hijas su mansión, temiendo que éstas algún día les faltara algo y aunque sea, techo estaba dejándoles para morir en paz. Cuando el testamento se leyó, el hermano, un hombre sumamente rico y a quien su padre había heredado en vida una fábrica y tierras, estuvo a punto de sufrir un soponcio del coraje. Estalló en cólera porque aseguraba que la casa le pertenecía a él, por ser el varón de la familia. El notario se sorprendió de la actitud del hermano así que solo se limitó a decir que él cumplía órdenes y la propiedad se entregaría en pocos días.
El hermano inició una guerra de desprestigio en contra de las hermanas al grado de querer impugnar el testamento. Muchos familiares se afiliaron al hermano apoyándolo porque compartían con él la creencia de que, como era hombre, él debía de haber heredado la casa ¿Y las hermanas?
Se sabe que cuando la guerra alcanzó el clímax, un par de tíos llegaron a hablar con el hermano inconforme, a explicarle que se apiadara de sus hermanas quienes nada habían recibido más que una casa, en cambio él, en vida su padre le había entregado toda su fortuna en sus manos. Insistieron en querer convencerlo que debía dejar de pelear con las hermanas, pero los tíos nada consiguieron y se convirtieron en enemigos de él.
La lucha entre los hermanos llevaba ya más de dos años, así que las hermanas, quienes vivían de manera sencilla y no poseían ninguna propiedad, decidieron, cansadas y agotadas de ser el blanco del hermano, en cederle la propiedad. Todo el pueblo se indignó por la actitud del hermano quien feliz firmó ante el juez y días después tomó posesión de la mansión, casa que no necesitaba ya que él, tenía una mejor y más grande.
Mantuvo la casa cerrada mientras pensaba qué hacer con ella, pero la vida siempre nos cobra nuestras acciones con lo que más nos duele. Así que como la historia no es un cuento y es el pasaje es una historia familiar. Este señor tenía tres hijos, de los cuales solo existía un varón que llevaba su nombre y era el consentido. Así que, un día en que el señor decidió ir a ver la casa para ordenar unas remodelaciones y darla en renta que llevó a sus hijos, niños al fin, comenzaron a correr por toda la casa y el padre que no gozaba de buen carácter, los calló enviándolos a jugar al jardín para que no molestaran.
Al señor se le olvidó, pero en aquel enorme jardín desordenado y abandonado que rodeaba la casa, había un pozo, así que usted ya se puede imaginar lo que sucedió. El pozo abandonado y sin cubierta sirvió para que el niño se subiera sobre el broquel y comenzara a jugar con sus hermanitas pero un paso en falso y el niño desapareció de la superficie…
El desenlace fue terrible, el padre tomó a su hijo en brazos cuando fue rescatado y levantó la mirada al cielo preguntándole a Dios ¡Qué le había hecho para enviarle ese castigo!
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