jueves, 14 de mayo de 2009

COCINA AFRODISIACA

El secreto de “la nana…” Ayer que me llamó un amigo de sesenta y dos años y me preguntó sí ya había fumado alguna vez mariguana, y como nunca he sido un mentiroso le dije que “si”, que lo hice hace como veinticinco años pero que no me había gustado; me sentí mareado y en la cama no podía sostenerme, sentía que levitaba, volaba sobre el colchón, tal vez una sensación “padre”, para muchos, pero a mí en lo personal me dio mucho miedo, después, en otra ocasión supe que se usa para hacer sexo, y con ese ingrediente, no hay quien se niegue a fumarse un pitillo de Cannabis sativa, mientras se comienza el preámbulo de amor, porque lo que se siente después, supera lo real… Tal vez usted piense que soy un cínico o descarado al decirlo tan frescamente, lo que sucede es que no estoy diciendo algo ni prohibido y que solamente pocos sepamos, sino que es algo tan común que, de un millón de hombres el 98% ya lo probó; un cincuenta por ciento lo usa de vez en cuando y cuando desea retar los límites del placer, otro poco solo en fiestas o una mínima parte, como yo, nos quedamos espantados para siempre y deseamos transitar en las lides del placer sin elementos auxiliadores, pero sí usted es atrevido y curioso, hágalo antes de que se pitorreé de este mundo y sí todavía puede. Mejor lea lo de hoy: Tengo una amiga quien, después de la muerte de su marido, aún siendo muy joven con tres pequeños hijos tuvo que hacerse cargo de una enorme casona que heredó de sus antepasados. En el servicio, se incluía a una mujer de luz extraña y enigmática que provocó, además de un escándalo, muchas historias que hoy comparto con usted sin revelar nunca su identidad. Era una temible cocinera de 28 años que escondía toda su piel bajo un tremendo atuendo que la cubría desde el cuello hasta los tobillos, su cargo incluía las ingratas tareas de torcer el pescuezo a gallinas y engordar unos coches que vivían en el patio trasero. Esa mujer reinaba en su cocina; una habitación espaciosa, oscura, poco ventilada, con muebles de madera impregnados por la grasa de mil cocimientos. De ganchos en el techo colgaban utensilios de un metal pesado que parecían de plata de color obscuro que habían perdido su forma original por el vaivén de los años... A diario servía contundentes platos de la cocina oaxaqueña que sazonaba con una cantidad de especias y hierbas que solo ella conocía. Si se trataba de agasajar a un invitado, esta mujerona le torcía el pescuezo a un par de gallinas pelucas, las partía sin gesto alguno y las guisaba sobre una palangana de barro verde; sobaba una bola de masa con shinga de manteca y sal, aplanaba con sus manos lisas y convertía en un santiamén aquella masa en un canasto repleto de empanadas rellenas de queso para acompañar su plato fuerte. A esa casa llegó, dicen algunos chismosos, que en el interior de una caja de jabón. La patrona la recibió y se la dio a las criadas para que la criaran y la domesticaran. Le pusieron de nombre Martha y los niños que ahí nacieron, ella desde pequeños se encargó primero de cuidarlos, después de entretenerlos y conforme crecían, ella también lo hacía pero en otro ambiente; entre cucharones de palo, ollas de hierro negro, montañas de ingredientes, chorros generosos de aceites y aliños, que le fueron afinando el gusto hasta convertirla en la mágica cocinera, siempre, lo que ella hacía lo convertía en una verdadera delicia. Nunca nadie le había visto la piel que escondía bajo una camisola de manta teñida con bordados de hilo perlé y una rabona que incluía varios metros de percal, su cabello negro recogido y escondido bajo el enredo de un reboso que originalmente era negro, nunca eran fotografiados ni por la luz solar. Conocía las letras y en su media escritura sabía dejar un recado cuando necesitaba comunicarse, podía leer la hora del reloj y su firma era solamente las dos primeras letras de su nombre. Cuando mi amiga recibió a un galán que la pretendía, la cocina encendió todas sus hornillas 24 horas antes para realizar un desfile magistral de platillos que debutarían esa tarde de buena suerte. El hombre llegó y hasta en la cocina se supo por su olor a lavanda que ya estaba en casa y comenzó primero enviando una jarra de agua de coco con vodka, un invento que en clima tropical con harto hielo ahuyenta la sed desde el primer sorbo, un platón de porcelana con pepinos rebanados, camarones oreados, sal, limón y chile, como anticipo a lo que vendría más tarde. El hombre enloqueció de gusto al probar la botana acompañada de unos trozos de totopo recién tostados a fuego liviano y lento. Después mi amiga y el invitado pasaron al comedor mientras los niños fueron enviados al último cuarto para que no molestaran. Con una campanita de bronce se ordenó que podían comenzar a servir y se inició la danza con la entrada de un caldo humeante de piguas recién cazadas bajo la piedras del Coatán y sazonadas con una rama de epazote, en seguida, otras enormes acamayas al mojo de ajo que la cocinera tuvo que hacerse presente para indicarle al invitado que era válido meter las manos y chuparse los dedos -ahí está el alma de los alimentos- coronó la mujer con la misma emoción austera de siempre. Desde mi punto de vista, la cocinera es una mujer que hasta el día de hoy no ha renunciado a los pecados de la lujuria y la fantasía, siempre calificó sus platos como afrodisíacos, sin saber el significado de la palabra, y cuando se lo explicaron después de una docena de preguntas que hizo, aseguró sin pena alguna que sus guisos tenían ese sello, tanto que el invitado la volvió a llamar y calificó que su caldo de piguas era una verdadera bomba afrodisíaca, -que tuviera cuidado porque intoxica el alma y desata la lujuria para siempre- coronó otra vez la cocinera, impresionando al hombre y sonrojando a mi amiga... El galán se despidió muy satisfecho y volvió dos días después con un par de regalos, un perfume para mi amiga y una caja grande que contenía un vestido de seda ordinaria para la nana Martha, la cocinera. El regalo llevaba la dedicatoria de que en la próxima visita deseaba verla lucir esa prenda. Para Martha no fue fácil desprenderse de su estilo pero como Dios le dio a entender después de terminar con los quehaceres domésticos, se dio un baño y se enfundó con el. Era un modelo de dos piezas; una blusa con escote ligero ribeteado con suave encaje y una falda amplia. Usó unas sandalias de tacón bajo y se soltó el cabello escondido por años recogiéndolo con un listón que cerró con un moño; prendió un par de arracadas en sus orejas que nunca había usado, coloreó con betabel sus mejillas y se perfumó con suave colonia de jazmines... El resultado fue impresionante, todo el escenario enmudeció y el galán de mi amiga se quedó paralizado al descubrir la belleza escondida. Nunca se habían imaginado que Martha tuviera esas dimensiones de gran mujer y el impacto fue evidente. Ella se mostró como una verdadera hembra y por primera vez pudo sentir un estremecimiento que le acalambró los huesos recorriéndole toda la espina dorsal. En silencio, pudo admirar las manos de largos dedos del galán de su patrona, se percató de su profunda voz, clara y fresca que se sintió conmovida. Lo demás no es fácil de contar, pero en silencio, aquella mujer que había estado oculta en la cocina por más de 20 años, comenzó a entrevistarse a escondidas con el mismo galán. A sus 28 años era virgen y sin proponérselo había decidido llevar una vida casta y pura, no contaba que sus hormonas presas echaran abajo su juramento por años, así que de pronto se encontraron entre muebles viejos, armarios solemnes y baúles que guardaban la historia de una familia de buena estirpe. A pesar de su ignorancia en el terreno del amor, su instinto la supo guiar a través de la obscuridad del cuarto para encontrar lo que deseaba y a ciegas, se dejó llevar por el galán quien la despojó de sus pudores y se descubrió desnuda bebiendo el aire y la saliva del otro. Ninguno de los dos vio señales de amor, en la oscuridad apenas podían percibir el contorno del otro y medir el espacio disponible para no derrumbar nada y hacer ruido. Bendecían al viento y a la lluvia porque disimulaba los crujidos del piso y el rechinar de las tablas donde se mecían con suspiros, jadeos de amor hasta alcanzar el fondo y perderse en el mismo abismo. La relación continuó con el silencio y la discreción de unos profesionales en las lides del amor. El galán siguió su conquista con mi amiga, la patrona de la Martha, quien no daba señales de alegría por su descubrimiento en el terreno sexual, volvió otra vez a enfundarse en sus hábitos y solo la mirada de ellos podía ser descubierta por los espíritus de aquella casona. Mi amiga se casó dos meses después con el galán y Martha preparó un banquete especial para más de cien invitados; todo con la suma discreción y elegancia de una amante prudente, no altanera ni escandalosa como lo son en su mayoría. No, Martha preparó más de 20 platones que inventó para esa fecha y decoró tremendas palanganas con aves exóticas bañadas de un ingrediente que nadie más podía dar, el amor. Su primer escándalo lo protagonizó un año después cuando parió un hermoso varón de ojos azules. Los vecinos aseguraban que era hijo del patrón pero mi amiga, segura de la fidelidad de su nana, cerró sus oídos y recibió a la criatura como un miembro más de la familia, con la creencia de que Martha, había tenido un tropiezo con un forastero en una fiesta del pueblo. Solo la cocinera y el recién casado sabía la verdad. La relación siguió en completo hermetismo, Martha conquistando todos los días a su amor prohibido con sus guisos, saboreando cuando la oportunidad se ponía generosa del amor prohibido, mientras el niño seguía creciendo en un ambiente donde conocía a su madre pero el nombre de su padre sería revelado muchos años después... La nana Martha, nació con dos talentos; buen olfato y buena memoria. El primero le sirvió para conquistar al único hombre que la transportó por el túnel del amor y el segundo para recordarla e inventar historias que se han ido contando de boca en boca. Para comentarios escríbeme morancarlos.escobar@gmail.com afrodisiacacocina@yahoo.com.mx

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