martes, 19 de mayo de 2009

COCINA AFRODISIACA

Elotes tiernos con dientes grandes Me escribe una de mis tantas lectoras que no tiene prejuicios, tampoco complejos y mucho menos se esconde para leerme porque siempre ha sido una mujer honesta consigo mismo y no desea, sobre todo, engañarse a sí misma, porque sabe que ante la vista de todos, ni ella y mucho menos lo que sucede ante la quemante luz del sol se puede tapar con un dedo. Por supuesto que no compartiré su nombre porque atentaría en contra de su seguridad porque llegarían hasta ella aquellas que dicen no leerme solo para hacerla sentirse mal, y no deseo eso para una de las pocas mujeres que vive libremente a plenitud, pero…¡Qué bonito es saber que existe gente perversa! Sí, gente que me lee a escondidas y sentada en el baño por aquello de que el gozo sea tan grande no ocurra ningún accidente. Sí, esa gente que todavía cree que ante la brillante luz diaria tiene barniz de alcurnia, que es distinta a los demás y se distingue solo porque cree que vive en un mundo privilegiado, maquillando e ignorando todos sus pecados que la sociedad entera conoce. Esa gente es la que sufre con mis escritos porque sus conciencias son tan obscuras que se identifican con todos los personajes, como el asesino que anda suelto que al ver un policía tiembla de miedo y se delata por sí solo. Pues esta lectora, a quien solo tuve el gusto de visitar una vez porque tenía curiosidad de conocerme al no imaginarse sí era un hombre viejo, calvo, con los dedos torcidos por la artritis y por la amargura o, que poseía una mirada triste por tantos desengaños y deslealtades, decidí presentarme ante ella una mañana sin tanto glamour, sino de lo más cómodo posible, no para decepcionarla, sino porque era sábado y es el día en que me relajo de todo protocolo. Su curiosidad quedó satisfecha, distinta a usted que todos los días me sueña e intriga por mis escritos. Fue así como nos convertimos en buenos amigos, sino carnalmente, al menos sí de nuestras almas… ¡Hola mi precioso! Anunciaba en mí cuenta de correos un mensaje que me arreó y apresuró el corazón. Y es que a cualquiera que lo llamen así, se orina de puro gusto, se le hace un nudo en la garganta y le dan ganas de llorar, al menos que a usted su esposo siempre le deje recaditos con estas palabras que elevan el alma al cielo. Así que abrí el mensaje con la deliciosa angustia de no saber qué era…Y es que luego existe gente disfrazada que me envía insultos, creyendo que con eso me voy a morir, sin saber que él o ella es quien se está hundiendo más. La carta no tenía otra finalidad más que compartirme una receta de cocina que a ella le ha dado éxito, así que leí la carta y la receta tres veces para descubrir que mi lectora y amiga del alma le ha sabido tomar amor a la vida, ha aprendido a disfrutar y no es nada ignorante al saber que el amor y la cocina tienen una relación tan profunda, porque al leer la carta descubro que usa palabras con sentimiento para narrar una receta sencilla que, antes o después de hacer el amor, debe saber a gloria. LA RECETA: Mi lectora no me indica qué cantidad, pero a estas alturas usted y yo que gozamos de talento para cocinar, tomaremos la receta y daremos proporción según nuestro gusto y libre albedrío. Así que me indica que deberá contar con elotes tiernos de la región, aclara que sean dulces y con dientes carnosos, tanto como esos labios que desea que un día le quiten el sueño. Carne molida, pura, sin pellejo ni grasa, hojas de tomillo, tomates rojos y maduros; cebolla (de esas que te hacen llorar al cortarlas), 1 o 2 dientes de ajo, chile molido en polvo y limón criollo. Se cortan los granos de elote, previamente lavados y en una cacerola de barro se agrega aceite al gusto para freír la carne molida, ésta deberá ir sazonada con polvo de ajo, sal, pimienta y cebolla y, cuando ya esté doradita se le agrega la molienda del jitomate asado, con un trozo de cebolla, consomé de res y el ajo asado, dejando que se cocine a fuego liviano. Cuando comience a hervir se le agregan los granos de elote y una ramita de tomillo. Estará listo cuando percibas ese olor tan delicioso del elote y la carne juntos. Consigues un caldillo con carne y elotes tiernos que se deberá servir con chile en polvo y el jugo de medio limón criollo. Finalmente eso era todo, tan sencillo pero tan jugoso. Y es que la cocina no es de recetas grandiosas ni rebuscadas, sino de aquello que a paso lento, con pocos ingredientes consigamos un plato delicioso, un platillo que no nos acabe la energía porque sino, con qué fuerzas vamos a retozar si salimos de esas cuatro paredes agotados. La cocina tiene como secreto divertirse, gozar cada momento, transitar despacio para ir saboreando cada uno de los procesos, tal y como hacemos el amor, sin prisas para no acabar tan rápido… En esta vida estamos de paso y el tiempo puede ser un segundo, un minuto, un suspiro que puede durar cincuenta años y al final, sino disfrutamos del amor, de una buena charla, un delicioso abrazo, un buen plato sazonado a fuego liviano mientras escuchamos una melodía de Janni que incluso nos va marcando las pausas, al final de nuestros días y cuando los años nos hayan acabado la paciencia, iremos sin gusto, insatisfechos a esa dimensión en donde la muerte aniquila todo el recuerdo de una buena o mala vida, para pasar a un plano en donde la existencia se pierde… Tengo un amigo que cada domingo le lleva flores a la tumba en donde cree está su esposa. Con ella vivió más de treinta años pero nunca, durante todos esos años, fue un caballero con ella distinguiéndose por cariñoso, al menos que hubiera mucho público para que se luciera como un hombre que admiraba y amaba a su mujer. Era el clásico matrimonio en donde él era el hombre, el que daba las ordenes, quien tenía derecho a lo mejor de todo y estaba prohibido estudiarlo, hacerle preguntas o colocarlo en tela de duda, así que la esposa, sumisa y temerosa de hacerlo enojar y perder a sus hijos, siempre fue una mujer tolerante, sumisa y obediente. No era infeliz, porque había sido educada para servir al hombre, ser la pieza del placer y la madre de cinco niños que exaltaban la honra del esposo. Su destino desde el primer día supo que cargaría la misma cruz de su madre, ésta sería su maestra y ella aprendería a mantener siempre al hombre contento, por eso desde pequeña aprendió los quehaceres de la casa y conforme crecía se iba viendo en el espejo de su progenitora, debía ser copia fiel y nunca estudiaría una carrera larga porque las mujeres están destinadas a oficios de la casa, así que solo cursó tres años de comercio. Cuando tenía quince años era una cocinera profesional y no había platillo que preparara sin que la aplaudieran, en la cocina de su casa se fue haciendo a la idea de que cuando se casara, sí es que la dejaban en casa, sería con un hombre trabajador, que no fuera como su padre que a menudo hacía llorar a su madre porque se perdía entre faldas de muchachas solteras, deseaba que San Antonio, a quien tenía de cabeza, le llevara un hombre bueno, como el casado con su tía Marta… En efecto, ese hombre llegó un día, disfrazado, ya sabe usted, de gran caballero, trabajador y un ser humano que le daría un sitio especial a su esposa, así que para no hacer tan larga la historia, se casaron y el esposo tuvo la suerte de que su esposa resultara ser una de las pocas vírgenes que quedaban en el pueblo, detallito que lo convirtió en el hombre más seguro de la comarca. Tuvieron cinco hijos, cuatro varones y una niña a quien la esposa de mi amigo se juró que no tendría su mismo destino, porque ésta niña estudiaría y se prepararía para que ningún hombre sobre la tierra la sometiera a sus caprichos y gustos excéntricos. En silencio había tolerado la misma carga de su madre, soportar a un esposo y padre borracho, mujeriego, déspota, grosero, humillante y autoritario. No llegó a ver su obra terminada, lamentablemente. La esposa de mi amigo era como pocas mujeres que todavía existen y que se ponen de tapete para que el hombre camine sobre ellas, resistía infidelidades y el ciego derecho a nunca reclamar sino esperar prudentemente a que el hombre sin justificación alguna y más por lástima que por cumplir, éste la tomaba para hacerla suya, consumando así el contrato matrimonial. La historia es como la de muchas mujeres que le sirven al esposo durante muchos años, como muchas que para esconder la pena se la pasan inventado en la cocina guisos con tal de tener al hombre contento con la vaga esperanza de que éste cambie y reaccione para bien. Pero el hombre nunca la valoró, así que, creyéndose un super hombre un día la esposa cayó enferma, los hijos ya se habían casado y solamente la hija mujer estaba con ellos en casa y estudiando la carrera de leyes. No hubo mucho qué hacer, los médicos nunca dieron un diagnostico y la mujer una mañana de abril se despidió de este mundo. En el ataúd de cerca se veía cansada pero de lejos, parecía decir que ya estaba descansando. Después del funeral la hija abandonó la casa y se pasó a vivir con su hermano mayor dejando al padre solo en esa casa, olvidado y extrañando cuando aquella mujer estaba en casa y lo recibía con una fila de platillos para que eligiera el que más le gustara. A mi amigo lo apresó la angustia y sus noches dejaron de ser tranquilas. De pronto el mundo entero se le vino encima y todos los años también le cayeron. Lloró por largas noches llamando a la esposa pero ésta nunca le contestó, al contrario, el silencio de la casa se acentuaba más, por eso decidió irla a buscar al panteón todos los domingos y hacerle una misa cada semana, porque su alma, no estaba tranquila ¿Sabe como acaba la historia?, se la cuento otro día… Para comentarios escríbeme morancarlos.escobar@gmail.com afrodisiacacocina@yahoo.com.mx

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