jueves, 30 de julio de 2009

COCINA AFRODISIACA

A Doris Edelmann, en ocasión de su cumpleaños Todavía existe gente que se espanta con lo que escribo. Ayer recibí muchos comentarios sobre las redacciones de sociales (que escribí en esta misma página) y en especial sobre el “modelo bombón”, un ex presidente que se comportó distinto a todos y se hizo famoso entre el grupo de edecanes al tener un harem en su oficina: chicas lindas que además de sonreír, servían café y estaban atentas a los deseos o a la sed del mandatario, en fin, nada que nadie no sepa pero que escrito con un poco de buen humor, gusta en vez de lastimar la moral huacalera. Y es que comúnmente los hombres, bueno, ahora también las mujeres, cuando llegan a un sitio en donde existe poder lo primero que hacen es conseguirse una compañera o compañero de turno que haga juego con el puesto o título que poseen, aunque no ellos físicamente, pero como el poder y el dinero convence o mata todas las cartas existentes de la conquista, no existe quien se rehúse a mantener un idilio con un presidentito, alcaldesa o jefa de alguna importante secretaría o empresa. Si estoy equivocado con mi punto de vista, puede hacérmelo saber, no me molesta recibir opiniones, al contrario. Hace varios años un hermano se convirtió en presidente municipal de la aldea en donde nací. Este hombre que tenía carita, cuerpo y otras virtudes, menos inteligencia, estuvo apunto de convertirse en el padre del pueblo, pero no por su altruismo con los niños desamparados y las mujeres solas, sino porque hubo una generación completa de niños con su sangre, fueron tantos que, cuando descubrió que más de quince llevaban su nombre, ordenó que al menos se les agregara un número para distinguir a uno de otro. Este hermano se dio el lujo de no tomar a una concubina y estarse sosiego, sino que probó todo lo que se le antojó y como el Istmo, las mujeres son bien regaladas, todos los permisos se obtenían de la manera más sencilla. Lo peor ocurrió cuando todo el gabinete comenzó a seguir los pasos del señor presidente porque se supo que a plena luz del día en tesorería y hasta en el departamento de limpia, los jefes copulaban sin pena. Una temporada en que muchas se sentían “primeras damas”… Pero bueno eso ya pasó a la historia. A partir de ayer este periódico ya le llega a una lectora a quien como le costaba mucho conseguirlo para leer lo que escribo de lunes a viernes, el pasado martes fue a una oficina y se lo robó. Llegó a su negocio en donde vende zapatos y lo dejo tantito en el mostrador mientras le cobraba a un travesti un de par de zapatillas con lentejuelas y, cuando buscó el periódico, ya se lo habían desaparecido. Así que para que mi lectora no sufra por el periódico, a partir de ayer le comenzó a llegar a la puerta de su casa en donde podrá leer a pierna suelta. Ella es una mujer muy trabajadora pero sobre todo, muy ordenada. Ahora que recuerdo, yo siempre he tenido una gran admiración por el hombre que sabe ser ordenado, posiblemente porque yo no lo soy. Sé que generalmente el hombre ordenado empieza por fijar la fecha de su boda, y después se dedica a buscar a una señorita, muy escasas pero la busca. Una señorita que le convenga biológica, moral y económicamente hacerla su esposa. Y es que un hombre ordenado y meticuloso no puede casarse con cualquiera, tiene que ser señorita de verdad y que prometa no solo buena dote sino una descendencia fina… Luego determina el día que debe nacer su primer hijo, y lo único que le molesta es el no poder decidir de antemano si va a ser varón o hembrita. De cualquier manera se prepara, y desde los primeros síntomas del embarazo de la señora, ya tiene escogidos el nombre y la futura profesión del vástago, así como las personas (muy adineradas) que habrán de apadrinarlo (no sé porque, pero hasta me imagino a un niño del Cumbres). Sí es niño su hijo se llamará como él y sí es niña llevará el nombre de su abuela paterna, al menos que la mujer patalee llevará el suyo. El hombre ordenado, como usted, lee todas las mañanas el periódico, empezando por los titulares de la primera plana, y se resiste la tentación de ir directamente a las páginas de sociales y las notas policíacas. Después vienen una serie de actos que son verdaderos ritos, ya que todos los días del año, año tras año, los lleva al cabo de idéntica manera: quince minutos de ejercicio calisténicos, el afeitado, el cuidado de secar la navaja; el baño, con el agua a temperatura exacta (este hombre no se baña a guacalazos), y por último la higiene bucal. El hombre ordenado se pone histérico de que alguien apachurre por en medio el tuvo de pasta de dientes, en vez de ir enrollándolo por la parte inferior conforme se va gastando. El hombre ordenado es esclavo del reloj y casi todo lo hace mediante formulas predeterminadas. Antes de vestirse para ir al trabajo escucha el parte metereológico o minino ve desde la ventana el cielo para saber qué ropa debe ponerse. Desayuna siempre lo mismo y a las 8 de la mañana después del desayuno enciende el primero de los siete cigarrillos del día. Como es natural, su encendedor siempre funciona, y para comprobarlo lo apaga y lo vuelve a encender y lo apaga de nuevo para guardarlo. Este hombre que ya hemos dicho es ordenado, constituye la felicidad de sus jefes de oficina, ya que siempre tiene su escritorio limpio, los cajones bien arreglados y a cualquier hora encuentra los documentos que le piden… El hombre ordenado es el típico hombre que se acostumbra a su secretaria, la cual siempre es fea, flaca, pero competente, y el día que por alguna razón no dispone de ella, al hombre ordenado le da el patatús. Usted debe tener cerca un hombre ordenado, generalmente suele ser un señorito viejo o producto de ese consentimiento enfermizo de mamás caramelo que hasta con saliva le compusieron el gallo cuando era niño e iba a la escuela; lo vistieron hasta cuando ya había emplumado enseñándole que un hombre siempre debía traer con él un pañuelo blanco y limpio, su cartera impecable y ordenada, los zapatos limpios, la vestimenta sin arrugas, un lapicero y una libreta en la bolsa de la camisa, amén a su manojo de llaves sujetos de la trabilla de su pantalón. El hombre ordenado jamás cambia en nada. Ni de marca de cigarros, ni de periódico, ni de cantina, tampoco de peluquero, sastre, ni de mujer. Esta última, a la larga, llega a aburrirse soberanamente de su marido, pues no existe nada más desesperante que un hombre que siempre dice las mismas cosas en el mismo momento, y que rige el amor de acuerdo al calendario y el cronómetro: los martes, jueves y sábado de 10:15 P.M a 11:00 P.M., haya ganas o no. Como es natural, la mujer del hombre ordenado es también ordenada, pues de otra manera el himeneo sería un infierno que eventualmente desembocaría en asesinato. El hombre ordenado jamás podría soportar el espectáculo de unas medias puestas a secar sobre las sillas del comedor, tampoco de los calzones colgados en el baño y menos, podría controlar sus violentas emociones al encontrar que los calcetines estaban en el cajón de los pañuelos o viceversa. El hombre ordenado siempre trae una aspirina en su cartera. Sus libros están acomodados en el librero por materias, tamaños y colores, jamás los utiliza para atrancar una puerta y menos para que el niño más pequeño alcance la mesa. Toda la vida del hombre ordenado es un ritual preciso e inalterable incluyendo el momento sagrado en que el cuarto de baño queda a su exclusiva disposición para el desahogo de su puntualísimo proceso intestinal. Y cuando por fin llega el momento ineludible de su muerte, el hombre ordenado ya hizo testamento (no le deja nada a la esposa y reparte todo en forma proporcional entre sus seis perfectos hijos, aunque provoque guerras y asesinatos) e incluso ha comprado su ataúd y su lote a perpetuidad en el camposanto. El desorden viene después, cuando aparecen los gusanos. El hombre ordenado no gasta de mas, así que no sabe otorgar una propina, y es el clásico hombre que, cuando va a un restaurante le ordena a la esposa que, sino se va a comer toda la comida, que no pida nada y espere a que él le de un poco de su plato. El hombre ordenado cuida tanto el dinero que la ropa puede durarle veinte años, enseña a sus hijos a ser igual a él y cuando éste se muere, nadie se quiere casar con ninguno de sus críos… Para comentarios escríbeme morancarlos.escobar@gmail.com afrodisiacacocina@yahoo.com.mx

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