martes, 12 de mayo de 2009

COCINA AFRODISIACA

Una historia de amor… Todos los días, tanto usted como yo que estamos expuestos al público a través de Internet, recibimos correos, chistes, cadenas o pornografía que de paso reenviamos sin cuidado alguno a nuestros contactos, solo existe un detalle que debemos de cuidar, porque resulta que nuestros envíos no son privados y mucho menos la persona a quien le enviamos algo “que nos gusta” o alguna fantasía sexual que soñamos, porque éste se la puede reenviar al señor obispo o por el camino le llega de regreso a tu esposa y ésta descubre que eres un depravado sexual, distinto a como eres en la cama. Sí, tal vez nadie se ha percatado que esos chistes, cadenas, historietas, mensajes o pornografía a todo color y en vivo, lleva nuestro correo, se queda ahí impresa la firma de nuestra supuesta cuenta que, ni la persona a quien amamos o quien comparte la cama con nosotros, sabe la clave para acceder y saber todo lo que hacemos en comunión con esa máquina que no es buena confidente, sino al contrario, nos seduce tanto que podemos llegar a pecar sin darnos cuenta porque creemos que estamos en la “intimidad” con ella. Y es que hace dos días recibí un correo que anunciaba así “Nuevo cuadros de medicamentos del ISSTE”, en realidad supuse que se trataba de medicamentos que esta institución posee por la influenza que está de moda, pero cuál va siendo mi sorpresa que al abrirlo en efecto, me fueron apareciendo conforme iba dándole duro con el “enter”, una serie de medicamentos en donde una mujer y un hombre aparecen haciendo sexo. No se hizo vulgar, porque ya soy muy viejo para ponerme tan roñoso con algo tan común y trivial, simplemente me sorprendió que ese cuadro de medicamentos se la haya enviado el presidentito de una asociación a un amigo íntimo y éste se la envió a otro y ese otro se la envió a otra hasta que ésta me lo hizo llegar a mí. Supongo que ese presidentito lo envió inspirado en su nuevo amor, en esa mujer que viaja con él mientras la esposa asegura que entre su esposo y ésta joven de buenas trancas y muy buenas pompas, no existe nada, más que una relación de trabajo. Por eso debemos de tener cuidado a quién le enviamos nuestros gustos, pero sobre todo, qué enviamos, porque luego existe gente que tiene de nosotros un concepto distinto, o, que en la vida pública, uno se espanta de otras cosas cuando en la intimidad somos unos perversos y nos gusta compartir lo que deseamos hacer en la cama, como ese presidentito de una asociación que supongo, como su esposa no tiene cuerpo ni corazón (como la cumbia colombiana), es su amiga de trabajo quien le hace realidad sus sueños, así que mejor les cuento esta historia de amor de verdad. El amor de Pedro y María comenzó con una suave amistad tejida sutilmente en medio de una maraña de obstáculos, desde la necesidad de entenderse con un fluido español y saltar por encima los prejuicios de la cultura y una sociedad chismosa que se entromete en lo que no le importa, y hasta los años de la diferencia de edad. Vivieron y trabajaron juntos bajo el mismo techo durante más de tres años antes de atreverse a traspasar la frontera invisible que los separaba. Ella era una jovencita que recién había llegado de Europa tras haber cursado un diplomado en lenguas muertas, había pasado años en vueltas sobre miles de millas en un viaje interminable donde el amor en turno se fugaba por la puerta más cercana, tuvo que pasar más de diez años para comprender que su destino estaba al lado de Pedro Aguirre, un hombre de cuarenta y tantos que nunca había creído en el amor. Pedro Aguirre era huérfano desde los cuatro años y una tía le cuidó su enorme fortuna que le entregó cuando alcanzó la mayoría de edad, 21 años. Antes de que eso sucediera muchas mujeres se le entregaban en charola de plata y todas deseaban tener algo firme con él, no por sus virtudes y valores, sino por su enorme riqueza, y cuando estaba convenciéndose del amor, descubría asombrado la verdad, por lo que un día decidió que nunca más arriesgaría su corazón a una decepción más, hasta el día que llegó María Rivera, una joven culta que basaba su porvenir en la felicidad alejada de toda pieza material. No voy a perder el tiempo en detallarles cómo trabajaron juntos, basta con decirles que llegó un día en busca de trabajo. El era un hombre que se dedicaba a escribir historias y requería de una persona que puliera y diera brillo ajeno a sus escritos. Cuando la vio de cuerpo entero con el cabello recogido por una cinta, sus lentes y sin ninguna gota de pintura, creyó que era una mujer que para nada lo tentaría a pecar, pero la vida da muchas vueltas y muchas sorpresas, ya sabe usted... Ambos tenían algo que los unía, María había nacido en otoño con muchos secretos familiares que no le alcanzó el tiempo para descifrarlos, fue criada por sus abuelos maternos y aunque fue un bebé horroroso la pusieron sobre el pecho de su madre, donde permaneció acurrucada por varios minutos, los únicos que alcanzó a estar con ella, la besó y con eso le dio un aire de buena suerte que la cuidaría el resto de su existencia. María trabajaba en casa de Pedro y la noche la alcanzaba sin darse cuenta hasta que se fue quedando en aquella mansión repleta de libros, piezas de arte y fantasmas que se le cruzaban en el camino. Nunca hablaron de amor pero sus almas se entendían como un par de niños inocentes; ambos eran maduros así que cruzar la línea del amor era cosa de decisión. La noche que por fin María se atrevió a recorrer los doce metros de pasillo que separaba su habitación de la de Pedro, sus vidas cambiaron por completo, como si ambos de un hachazo hubieran cortado de raíz el pasado. A partir de esa noche ardiente no hubo la menor posibilidad ni tentación de dar vuelta atrás, solo el desafío de labrarse un espacio en un mundo distinto al de los demás. María llegó descalza, en camisa de dormir, tanteando en las sombras, empujó la puerta de Pedro, segura de hallarla sin llave, porque adivinaba que él la deseaba tanto como ella a él, pero iba asustada a pesar de todo. Había dudado mucho tiempo para dar aquel paso, por que lo veía como a un padre, un protector y un amigo pero algo le aceleraba el corazón que ya no fue posible detenerlo. Temía perderlo todo al convertirse en su amante, ella apenas era una muchacha de 26 pero ya estaba en el umbral y la ansiedad por tocarlo pudo más que las argucias de la razón. Entró a la habitación y a la luz de una vela, que había sobre el buró, lo vio sentado con las piernas cruzadas sobre la cama, vestido con túnica y pantalón de algodón blanco, esperándola. María no alcanzó a preguntarse cuántas noches habría él pasado así, atento al ruido de sus pasos en el pasillo, porque estaba aturdida por su propia audacia, temblando de timidez y anticipación. Pedro no le dio tiempo de retroceder. Le salió al encuentro, le abrió los brazos y ella avanzó a ciegas hasta estrellarse contra su pecho, donde hundió la cara aspirando el aroma de un hombre tan conocido, olía a lavanda, aferrada a dos manos a su túnica porque se le doblaban las rodillas. Sintió los brazos que la levantaban del suelo y la colocaban con suavidad sobre la cama, sintió el aliento tibio sobre su cuello y las manos que la sujetaban y entonces la atrapó la zozobra, se apoderó de ella y empezó a temblar arrepentida. Esa noche fue diferente para María, esa misma noche descubrió algunas de las múltiples posibilidades del placer y se inició en la profundidad de un amor que habría de ser el único para el resto de su vida. Pedro la fue despojando con calma, primero de sus miedos acumulados y los recuerdos de su larga existencia, también la fue acariciando con infatigable perseverancia hasta que dejo de temblar y abrió los ojos bajo los dedos sabios de un hombre paciente, como deben ser los amantes de verdad. Pedro la escuchó llamarlo una y cien veces más, gemir y rogarle; la vio rendida, húmeda, dispuesta a entregarse y a recibirlo a plenitud, hasta que ninguno de los dos supo ya dónde se encontraban, ni quiénes eran, ni donde terminaba él y comenzaba ella. Pedro la condujo más allá del orgasmo, a una dimensión misteriosa donde el amor y la muerte son similares ¿ha sentido usted esto alguna vez en su vida? Sintieron que sus espíritus se expandían, que los deseos y la memoria desaparecía, que se abandonaban en una sola e inmensa claridad. Se abrazaron en ese extraordinario espacio reconociéndose, porque tal vez habían estado juntos en vidas anteriores y lo estarían muchas veces más en vidas futuras, como lo sugirió Pedro. Se convirtieron en amantes eternos, se buscaron y se encontraron una y mil veces más, ella tenía mucho tiempo de desearlo, hacerlo con él. Retozaron esa noche y la parte del día siguiente hasta que el hambre los levantó del lecho, salieron ebrios, felices, sin soltarse las manos por miedo a despertar de pronto y descubrir que habían andado perdidos en una alucinación. Hasta hoy, treinta años después, Pedro se levanta antes del amanecer y sale al jardín donde realiza una rutina de ejercicios para mantener su alma y cuerpo en contacto con la otra dimensión, en seguida medita por espacio de treinta minutos, hierve agua y prepara un café, así despierta a María, con una taza humeante y un beso en la frente; ese momento ha sido sagrado para ellos, la taza de café que beben juntos sella la noche que han compartido en estrecho abrazo, y el beso, sigue siendo el mismo con el que se conocieron. Para comentarios escríbeme morancarlos.escobar@gmail.com afrodisiacacocina@yahoo.com.mx

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