lunes, 11 de mayo de 2009
COCINA AFRODISIACA
"Confucio inventó la confusión"
En un concurso celebrado en Panamá, una de las concursantes de Miss Panamá se ha ganado la popularidad de todos y no por su belleza, sino por sus amplios conocimientos sobre historia e ignorancia. Claro que el caso de la panameña no es único, por que quienes sabemos cómo se manejan esos concursos, estamos bien enterados de que no son precisamente mujeres cultas, quienes participan, sino todo lo contrario.
No es racismo ni clasismo, pero quienes gustan de concursos de belleza generalmente son mujeres con cabezas huecas, sin preparación o al menos, ignorantes en valores, principios y en dignidad, porque aquella que se presta para el negocio de unos cuantos o para ingresar a una pasarela como el ganado en propuesta de venta, es además de pobre, ignorante.
Por eso no debe llamarnos la atención lo que ocurrió recientemente en un concurso de belleza en donde una de las aspirantes metió la pata garrafalmente exponiendo su pobreza cultural ante todo el mundo. Sí, una panameña sin escuela ni estudios y mucho menos una pizca de cultura, se hizo fuera de la bacinica cuando le preguntaron sobre un milenario filosofo oriental…
Tal vez la pregunta no era sencilla pero sí del conocimiento de todos los que medianamente han estudiado por lo menos hasta la secundaria: Así que con mucha seguridad la panameña, muy guapa, por cierto dijo que “Confucio era un filosofo chino de origen Japonés, quien había inventado la CONFUSIÓN. La mujer es estudiante universitaria de la carrera de diseño gráfico.
Esto me da la oportunidad para preguntarle a un estudiante de 9º semestre de la carrera en Ciencias de la Comunicación la misma pregunta, para que no perdamos de vista que, esos muchachos ya egresados sí fuesen examinados por cualquier universidad con preguntas sencillas, reprobaría el noventa por ciento de los universitarios, incluso los titulados.
Y es que las escuelas cada día enseñan menos, amén a que cada día también existen menos maestros que compartan su cultura, porque hasta en ellos, que en muchas ocasiones solo son diestros en su cátedra, cuando se salen de ese terreno o uno los retira sin querer, les puede suceder lo mismo que a la señorita que finalmente se llevó la corona en el concurso Miss Panamá.
Pero alguien dijo que no todo se aprende en la escuela, y tal vez tengan razón, pero mientras en las casas las mamás sigan comprando revistas de chismes de gente pobre del medio artístico, sus hijas seguirán viviendo con un esquema de vida equivocado y, cuando aparezcan en público, demostraran de inmediato que vienen de un hogar en donde papá y mamá son personas pobres, ricas tal vez, porque tienen tres carros en la cochera, dos criadas guatemaltecas y comen tres veces al día pero, mediocres, culturalmente hablando. Aunque finalmente usted que me lee diga “con dinero todo se puede comprar”, y tiene razón, porque es preferible dejarla feliz con su naturaleza que educar a una primitiva ignorante.
Conozco una lectora que se especializa por comprar revistas de ese tipo, folletines en donde exhiben vidas de mujeres y hombres en medio de un glamour excéntrico. Sí usted ve a esta señora y habla con ella, de inmediato, con las primeras palabras a la hora de mantener un tema serio de manejo popular, demuestra que entre la sirvienta de su casa y ella, solo existe una diferencia; la ropa, porque la otra ventaja es que a la sirvienta se le puede cultivar pero a la patrona no, y no es broma, sino algo serio que madres heredan a sus hijas, sobre todo a quienes las cultivan desde pequeñas para que cuando sean grandes sean “reinitas”.
Y de paso cuando descubro que la dueña de una escuela tiene una manera de pensar tan desdichada alimentado la vanidad en sus pobres hijas, que no me explico cómo puede dirigir una institución, con qué mentalidad, con qué criterio ¡Qué horror!, así que mejor y para que se cultive le comparto esta columna de German Deheza, que publicó el 23 de abril en el periódico Reforma:
A mis lectores y amigos consta que, por mil razones que no voy a enumerar, mi opinión del clero mexicano es, con sus fulgurantes excepciones, enormemente negativa. A nuestros curas los encuentro mediocres, tontos, desinformados, serviles, intrigantes y, en muchos casos, vulgares mercaderes de aquello que por su condición sagrada en la que ellos dicen creer y en la que sus fieles creen, no puede ser objeto de ningún tipo de comercio. Este tipo de sacerdote es el que pulula mayoritariamente por la geografía mexicana.
Quiero dejar claro que hoy no está entre mis intenciones escandalizar a nadie, ni polemizar con nadie. Lo que estoy buscando es entender conductas tan vacilantes como las del Arzobispo de Durango, Héctor González Martínez, quien primero se pronunció, entre sobradón y sabrosón, y señaló con índice de fuego rumbo a un barrio de Durango, para luego afirmar: ahí vive el Chapo. Creo que Don Héctor no imaginó el chongo atómico que se iba a formar en torno a su declaración que cayó como lluviecita de mayo en un páramo desierto carente de noticias electrizantes.
De pronto, todos los medios voltearon hacia Durango y le cayeron encima a Don Héctor para que soltara todo el caldo duranguense de lo que sabía acerca de las ilícitas y oscuras actividades del Chapo Guzmán Loera. Se me hace que el buen Arzobispo se debe haber intensamente acalambrado frente a la conspiración mediática que pretendía convertirlo en el Sherlock Holmes eclesiástico y en el campeón de la lucha contra el narco encarnado en el Chapo Guzmán, el más poderoso de sus representantes. Por eso ahora, pregúntenle lo que le pregunten, dice que él no sabe nada y que a él no le consta nada.
De modo menos estrepitoso que esta defección del Arzobispo que sabía demasiado y que ya luego no sabía nada, trescientos sacerdotes abandonaron su parroquia por temor al narco. Aquí hay otro tema de reflexión.
De mis fragorosos tiempos con los maristas, conservo aquel apotegma bíblico que dice: "El buen pastor da la vida por sus ovejas". Según tengo entendido, Arzobispos y párrocos son pastores evangélicos de una grey formada por ovejas de muy distintos pelajes. Si yo fuera alguno de estos trescientos pastores, yo no sé lo que haría. Quizá pensaría en los hermosos "Diálogos de Carmelitas" de G. Bernano y en el parlamento de aquella joven monja que dice: "Estoy de acuerdo, Dios creó la valentía, pero no alcanzó para todos".
Hiciere lo que hiciere, aguantar vara o darme a la fuga (como hizo Bach), no podría perder de vista las categóricas palabras de "El Buen Pastor da la vida por sus ovejas". Por esto es que no acaban de gustarme las actitudes del Arzobispo y de los trescientos curas.
Quizá suene fuerte, pero me parecen cobardes. O sea que las ovejas sólo sirven para esquilmarlas, para pasarles la charola, para administrarles los rentables sacramentos, pero cuando se llega la hora de defender a esas ovejas y, en su caso, arriesgar la vida por ellas, entonces la nada graciosa huida es lo único que se les ocurre a estos malos pastores.
Ellos huyen y eventualmente se salvan, ¿y las ovejas que ahí quedan a merced de todas las violencias y sin nadie que alce la voz por ellas?. Lejos, muy lejos estoy de tener sobre estos asuntos respuestas definitivas y condenas instantáneas. Lo que sé me lo ha enseñado la historia de México y es que no abundan los curas valientes y cuando aparecen, como en el caso de Hidalgo y Morelos, son los propios curas los que se encargan de juzgarlos, excomulgarlos y degollarlos.
"De esto saben mucho mi amigo Alberto Athié y mi no amigo Norberto Rivera. Pregúntenles".
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